sábado, 31 de octubre de 2009

ESTATUA DE KEFRÉN.

ESCULTURA EGIPCIA.






IDENTIFICACIÓN.

Se trata de la estatua sedente del faraón Kefrén, de la IV dinastía del Imperio Antiguo egipcio. El Imperio Antiguo se prolonga entre el 2500 y el 2000 a. C.

ANÁLISIS FORMAL (O ESTILÍSTICO).

Es una estatua exenta (del tipo estatua-cubo) sedente realizada en diorita. La estatua-cubo (que integra en una misma pieza el asiento y el cuerpo) presenta las extremidades pegadas al resto del cuerpo, entre otras cosas para evitar roturas que pudieran afectar negativamente a la vida de ultratumba: era necesario un doble del cuerpo o "ka" para garantizar la supervivencia del alma y gran parte de las estatuas egipcias tienen esa finalidad funeraria. Kefrén aparece protegido por Horus, el Halcón, que despliega sus alas arropando su cabeza. Las patas del trono son garras de león, símbolo de la fuerza y el poder. El puño cerrado también es un símbolo externo de poder. El trono está decorado con flores de loto y papiro atadas, símbolo de la unión del Alto y Bajo Egipto. Lleva el nemes o pañuelo real, la barba postiza y el ureus o cobra sagrada sobre su frente, todos ellos símbolos del poder real.

Esta imagen refleja una de las convenciones de la escultura egipcia, como es la frontalidad: la línea de los hombros y la de las caderas son paralelas y un eje vertical imaginario divide la imagen en dos mitades de perfecta simetría. La frontalidad egipcia influirá en la escultura griega arcaica, aunque los griegos la abandonarán en el siglo V a. C., en la época clásica.
Los egipcios fueron los primeros entre los antiguos en buscar un modelo de armonía en la representación del cuerpo humano basado en el puño como módulo (el cuerpo debe medir 18 veces el puño de la persona), mientras que los griegos usarán el tamaño de la cabeza.
Otro convencionalismo aquí presente de la estatuaria egipcia es la solemnidad hierática de las representaciones, que se deja ver en la postura rígida, la mirada al infinito y la inexpresividad del rostro. La imagen de Kefrén, como es habitual en el arte egipcio, no presenta un estudio anatómico pormenorizado y sí un idealismo que se expresa en la imagen de fortaleza y juventud y en rehuir una excesiva individualización del personaje retratado.

CONTEXTO.

El arte egipcio estará sometido a fuertes condicionantes políticos y religiosos. Faraones y sacerdotes van a dirigir la producción artística e influirán en la estética. El artista egipcio tiende a la perfección formal más que a la originalidad y a la evolución estilística. Lo que interesa es que el arte exprese las creencias en la vida de ultratumba y el poder teocrático del faraón (emparentado con la divinidad), necesario para centralizar el poder y acometer la organización y aprovechamiento de las crecidas del Nilo y garantizar la seguridad y grandeza del Estado, y de ahí el hieratismo y la sensación de permanencia temporal que les llevará a realizar sus obras en piedra, material que destaca por su durabilidad. Tan sólo en la etapa de Amenofis IV (Imperio Nuevo) el arte cederá ante la tendencia al naturalismo, pero será un episodio sin consecuencias posteriores. Sólamente los oushebti hallados en las tumbas y destinados a servir al faraón en su paso a la vida eterna presentarán el naturalismo que conviene a las escenas de la vida cotidiana.




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